Es el resquicio de algunos marineros que, asustados por la ira de
Poseidón, no se separan de la costa con el único fin de no abandonar una vieja
costumbre antes de soñar: ¡Papá, déjame
la luz del pasillo encendida para que no vengan monstruos!
Acostumbrado a señalar el camino, se convierte en objeto de románticos
adolescentes que se deleitan con perder la virginidad al borde de un precipicio de
rocas y dudas.
En el mundo literario sirve como reclamo de una bonita historia,
quizás inspirada por la frase anterior.
Hogar de huraños dioses humanos y, por desgracia, de alguna autoridad
local que cree conveniente hacerse con este iluminador de sueños.
Fotografía del Vigía |
Me ha encantado tu faro... Y el mío (de mi tierra bella).
ResponderEliminarMaravillosa historia, la que nos cuentas, Vigía. Me he imaginado un cuento conforme te leía... *
Gracias por tus palabras...
EliminarIntentaba reflejar la iluminación del faro en mi propia imaginación, y de ahí estas palabras.
Un abrazo.
Alumbrando rincones de vida.
ResponderEliminarDa gusto pasear por estas letras...
Alumbrados estamos más seguros, ¿no?
EliminarUn fuerte abrazo y gracias.