miércoles, 9 de octubre de 2013

Negras y blancas

El trueque se hacía efectivo todas las tardes, de lunes a viernes. La familia Torralba no hubiera aceptado semejante relación, pero aquel secreto a voces jamás salió de la boca de los dos protagonistas. Las urracas de pueblo, ya sea por las calamidades del hambre, pasaron por alto semejante chisme, no tuvieron ojos para centrarse en aquel veterano de guerra y la joven de los Torralba. Fue de esas historias que surgen de la nada, sin ningún punto en común más que las calles de un pueblo alcarreño olvidado en la capital de provincia. Una coincidencia espaciotemporal parecida a la que puedan tener dos paisanos en una charcutería cualquiera.
El flechazo fue instantáneo, disuelto en un ambiente de atracción opuesta. Él, torpe en su andadura, deseaba tropezar con el empedrado para que así aquella joven de rizos cumpliera con su deber como ciudadana; ella esperaba lo mismo. Pocas veces surgen dos coincidencias en un espacio tan corto de tiempo. El traspié dejó un roto a la altura de la rodilla y dos fuertes latidos rítmicos reflejados en ambas sonrisas: tercera coincidencia. La pequeña de los Torralba curó algo más que un rasguño en el hinojo de aquel hombre. Cuerpo y mente curioseaban con la química masculina del veterano, quien disfrutaba haciendo lo propio con la juventud de precioso cabello que sostenía entre sus lomos. En aquella tarde de febrero el amor invirtió en la complicidad de ese sexo.
La frecuencia cardiaca con cada encuentro aumentaba, no sólo existiendo el conteo de pliegues bajo las sábanas. Él fue maestro en sus clases de historia, experto en un cuerpo a cuerpo tirado de reminiscencia. No había relato que no acabara con una celebración similar a la que se vivió en Times Square al final de la segunda Gran Guerra. Prefiero tu amor a la guerra, citaba. Ella, a cambio, le impartía lecciones de piano. Todo aquello que había aprendido estío tras estío era reproducido cada tarde, dando una bonita despedida al sol en el ocaso. Las melodías provenientes de los veinte dedos ponían ritmo a aquellas historias. No existían las dudas, tampoco la temporalidad que los separaba. Él ya había pecado de exceso de preocupación por una sociedad desagradecida; ella no era de esas jóvenes que se amilanan al pronunciar amor en unos perfilados labios.
Tan solo los fines de semana separaban la carnal bomba lapa. ¡Malditas familias! Ella aguantaba el recochineo de una hermana prometida en falacias de un linaje sin blanca, mientras padre y madre asentían orgullosos augurando un porvenir similar para la joven Torralba: El mediano de los Tomeo está entero, querida. El soldado esperaba la visita de los hijos y nietos que nunca tuvo, ¿quién querría formar familia con semejante lisiado? Por fortuna, el ser corre más rápido cuando el amor transita entre los vasos sanguíneos, bombeando a un corazón que apenas necesita oxígeno para dirigir su destino. El mediano de los Tomeo, que aguardaba a su amada en mitad de las fiestas, quedó plantado, mientras la joven y el veterano huían, sin tropiezos, rumbo a su nueva vida.
Ni que decir tiene que aquella joven pronto dejó su lozanía en cuatro embarazos deseados.

Fotografía de Vigía

8 comentarios:

  1. Aquí tienes otro "flechazo instantáneo"...

    Nada más que decir...

    *

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  2. Instantes de amor, eso es lo importante.
    Gracias por comentar, Verzul.

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  3. Ha sido un relato precioso. El detalle de los cuatro embarazos ha sido una guinda perfecta.

    Un abrazo.

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    1. Muchas gracias, Li.
      Ya era hora de que subiera algo más extenso al blog. Me alegra que te gustara el pastel, con guinda incluida.
      Un abrazo.

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  4. Si es que hay que ser valiente y hacer lo que uno quiere y le hace feliz. Pobre Tomeo y grande lo de los cuatro embarazos.

    María

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    1. Muchas gracias por comentar, María. Toda la razón te doy. Un fuerte abrazo y gracias por tus palabras.

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  5. Amar es de valientes:)

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