Siempre
he pensado que mis dotes anatómicas me llevarían a ganar alguna maratón
popular; hasta el momento, eso no ha ocurrido. En cambio, he participado en
alguna que otra carrera, la última fue, con la exactitud de un reloj suizo,
hace un año. Atlética, precisamente, no fue, pero sí de esas que albergan, si
el cliente se siente satisfecho con el trayecto, propina final. Fueron treinta
kilómetros llenos de silencio, donde ninguno de nosotros hablamos. Supuse que
mi ocupante quería la misma discreción que la ofrecida por el chófer de Bumpy
Johnson. Llegados al destino, y tras una travesía plagada de un frío que
erizaba los cortos abuelillos de mi nuca, me encontré un pago en lágrimas y una
mísera moneda como propina, calderilla que, el día que ella decida ser mi
taxista, le será devuelta.
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Fotografía de Vigía |
Precioso relato. Te echaba de menos por aquí.
ResponderEliminarHace un año, demasiados kilómetros.
Idas y vueltas. Llegadas y partidas.
Tristezas y alegrías...
El ciclo de la (puta) vida.
Un abrazo.
Una historia bonita donde con pocas palabras se transmite mucho. Bonito blog.
ResponderEliminarGracias, Anónimo.
EliminarHistorias que cambian la comprensión del mundo, ocupantes dispuestos a ser ese punto de reflexión.
Me encanta Vigia, se te echaba en falta, alegorías de la vida, cuando acaba el viaje, nunca hay recompensa.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias, Javier B.
EliminarHe vuelto, aunque lo haré con cuentagotas, copa a copa...
Quizás nuestra recompensa sea la moneda...
Un abrazo.
Gracias por volver Vigía !
ResponderEliminarNo es que vuelva, es que está y a veces es quien te lleva; sin dejar que portes más equipaje que a tí mismo, por eso lo mejor es hacer como hacía mi abuela, según te levantes lavarte la cara y hacerte el moño o en su caso, afeitarte :) por si acaso...
9913
9913 es un número para el recuerdo...
Eliminar¡Gracias!