Relato finalista en el III Certamen de Relato Corto
en El País de la Gominola
No era la primera vez que Nicolás Sagrado vivía en el limbo de su propia realidad. Ya desde niño había conseguido construir unas férreas paredes de ficción, reforzadas con la ingenuidad de todo aquel que le rodeaba. Así comenzó a implantar la figura de su leyenda, la cual no sobrevolaba los cielos de la imaginación del juego, como la de cualquier otro niño; pero si rompía los esquemas de adultos que infravaloraban la capacidad de distracción en sus discursos. Los infantes homónimos de su alrededor no ponían nunca en duda su retahíla de palabras: ¿Os acordáis del rayo que rompió el árbol del parque? Pues a la mañana siguiente mi padre se acercó hasta allí para coger un trozo de madera. Con ella me hizo esta peonza. Es la peonza de un rayo. Todos se quedaron atónitos, envidiando no tener un padre capaz de enfrentarse al poder de la naturaleza. Lo que nadie intuía era que aquel peón fue adquirido por cien pesetas en la tienda de chucherías de doña Herminia, y no de la escasa maña de su padre con la madera. La historia que Nicolás Sagrado contó aquella mañana en el patio del colegio tuvo un efecto positivo en los cursos de ebanistas que subvencionaba el ayuntamiento. Cualquier persona de fría credulidad hubiera sucumbido a los encantos de las patrañas que Nicolás Sagrado expresaba con su mirada. La exclusividad de sus mentiras no sólo estaba en el léxico que derrochaba, el lenguaje gestual era limpio y ordenado, capaz de contar, mediante un teatro de sombras, que fue Caperucita quien se comió al lobo.
***
Aquel
paseo nocturno le costó caro. No era el lugar, tampoco el momento, pero allí se
encontraba él. Fue así cómo Nicolás Sagrado perdió la cabeza en ese ir y venir
de frases inconclusas que jamás llegaron a buen puerto, siendo víctima de la
encrucijada que le jugaron los propios nervios.
…verá,
esa noche era calurosa, por eso decidí ir al parque. A tomar el aire. Quiso
ir al parque porque desde allí se observaba mejor el desnudo de Julia Belmonte
a través de la ventana de su cuarto. Me acomodé en el césped y oteé un precioso
cielo estrellado, que aquella noche acampaba vivo y lumínico. De sobra
sabe que andaba camuflado entre los arbustos, dispuesto a observar con aquellos
viejos prismáticos que le regalaron por su undécimo cumpleaños. Vi
pasar una estrella fugaz, que me invitaba a formular un deseo que no le puedo
confesar. Ya sabe lo que dicen… El único haz de luz que vio aquella
noche fue el tintineo de la lamparita de mesa que Julia Belmonte tenía en su
alcoba. Nada más. Y entonces, cuando creí que la lluvia de estrellas, esa que anunciaban
en los informativos, estaba a punto de empezar, llegaron las ostentosas luces
azules de policía que me sacaron de mi ensimismamiento estrellado. Sus mentiras era insostenibles, ¿quién
era capaz de creerse semejante patraña? No hubo lluvia de estrellas, porque en
el momento en el que Julia Belmonte se iba a quitar el sostén, apareció el
guardia por detrás aporreándole el hombro. Se lo juro por mi padre, que en paz
descanse. Tan robusto como un roble andaba el viejo, sin dedicar ni un
solo ápice de su tiempo en la ebanistería. Lo demás ya se lo he explicado un millón de
veces: en mitad de la oscuridad y a punta de pistola me obligaron a
identificarme. ¿Se lo puede creer? Yo que estaba tan tranquilamente
aprovechándome de la bonita naturaleza que nos regala el cosmos y ¡zasca, pa´
comisaria! Los dos agentes le
pidieron amablemente que les mostrara el DNI, pero, al no tenerlo, tuvieron que
llevarle a las dependencias de comisaria a hacerle unas preguntas.
Fotografía de Vigía |
El
policía que le prestaba declaración no daba crédito. Era la novena vez que le
contaba una historia diferente cuando le preguntaba por su nombre. Nicolás
Sagrado, como de costumbre, no era fiel testigo de los hechos, más bien lo era
de los nervios que le causaba su propia imaginación improvisada.
Ya
se lo he dicho, mi nombre es Santiago Guerrero. Verá, esa noche era muy fría…
¡Enhorabuena por todo lo bueno que te pasa!
ResponderEliminarTe mereces lo mejor, siempre... Siempre, siempre.
Escribes bonito a más no poder y recibes lo que siembras, merecido.
¡Que nadie ni nada te pare, Vigía, APG, o como quieras que te llamen!
*
P.D: muy fan tuya y de tus títulos...
¡Muchas gracias, Veruzl!
EliminarTus palabras me alentan a seguir caminando hacia la meta...
Siempre, siempre, siempre.
Un fuerte abrazo.
Me ha encantado, escribes muy bien.
ResponderEliminarFelicidades!
Besos con cianuro.
¡Muchísimas gracias, amigo!
EliminarMe alegra que te haya gustado este relato con dos narradores que no paran de contradecirse.
Un fuerte abrazo.
Me gusta cómo escribes. Buen relato.
ResponderEliminarUn saludo Vigía.