Desde bien temprano el sol se cuela en los callejones de su
despertar. Vagan malhumorados buscando alimento. Nadie les ofrece nada, pese a
las quejas de los vecinos. Son silenciosos, no arman bullicio. Caminan en
armonía por la ciudad. Coquetos, flamantes con sus atuendos. Es frecuente que
la polución les ensucie la vestimenta, pero eso siempre sucede en toda buena
familia: ¿Nunca has lavado el coche en un
día de lluvia? Están dispuestos a sufrir toda clase de perrerías,
aguantando el tipo como auténticos felinos.
¿Veis? Estaba en lo cierto cuando dije que no es fácil ser madrileño.
Fotografía de Vigía |
Sutiles y elegantes, como tus relatos...
ResponderEliminarAriscos y profundos, como mi mirada...
Gato y madrileño, gata y mediterránea...
Buenas mezclas hay por ahí, Vigía. No te pierdas una y afila bien la pluma.
Te felicito por tu sensacional relato felino y feliz... *
P.D: no te arañes con los bigotes de las gatas... (O si, nunca se sabe) ;)
Afilaré mi pluma para contar algún día eso que me cuentas... Amor, amor o como digo yo "amoR".
EliminarHoy le dedico esta entrada a las gentes de mi tierra.
Gracias, gata Verzul.
Me alegra que te guste.
P.D. Me dejaré guiar por los rugidos de la gata.
Jajajja, esos finales sorprendentes que te dejan con un ¡oh! Qué buena sensación!
ResponderEliminarMaría
¡Muchas gracias, María!
EliminarIntentaré seguir sorprendiendo.
Un abrazo :)