Pese a que el vapor de la máquina hacía tiempo que no recorría los
carriles de metal, el tránsito de su espíritu difuminado constaba en el silbar
del aire. Se había perdido, al plasmar la oreja en las vías, la escucha de la
proximidad del tren en la vejez de un tiempo pasado. Aquella ruta ferroviaria
murió en su primer uso; pero consiguió vida en una segunda oportunidad
inventada.
El testigo fue recogido por la siempre sabia naturaleza, que tiñó de existencia
la, ahora denominada, senda roja.
Cuentan que, por respeto, el aire ya no silba el viajar del tren.
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Fotografía del Vigía Anteojos |
Precioso relato...
ResponderEliminarMe ha emocionado.
Un abrazo
El fluir de las amapolas, siempre bonito.
EliminarUn fuerte abrazo.
Quien fuera amapola... bella y roja...
ResponderEliminarY silenciosa.
Me ha llegado al alma.
* Mirada verzul
Las amapolas hablan mucho, pero sólo a quien esté dispuesto a escucharlas. Tiene una voz muy bella...
EliminarUn fuerte abrazo, me alegra que te llegara al alma.
El aire ya no silba... Emoción, mucha, de erizar...
ResponderEliminarEnhorabuena!
Lolailo.
Las amapolas son capaces de eso, de erizar sentimientos...
Eliminar¡Muchas gracias!
Me ha parecido muy bonito este relato. ¿Quien sabe lo que esconden el aire y el tren? ¿Las amapolas lo habrán presenciado?
ResponderEliminarAbrazos con cianuro.
Preciado es el mensaje de la naturaleza en la mano del hombre; apuesto a que las amapolas lo han presenciado.
Eliminar¡Muchas gracias por comentar! Un abrazo de Vigía
Bellas palabras para un bello blog del que me siento tan orgullosa...
ResponderEliminarR
Bonitas palabras las suyas: orgullosa y bello.
EliminarDe esas que hacen soñar...
Un fuerte abrazo y gracias.
Me encanta imaginarme amapola ... Bellísimo !
ResponderEliminarNo hay flor más salvaje...
Eliminar¡Mil gracias!